Se decidió de nuevo, era la segunda vez que viajaba
a Marruecos, en su primer viaje había conocido las ciudades populosas de Rabat,
Casablanca , llegando hasta la moderna Agadir. Ahora su interés era traspasar las puertas del Sahara , adentrándose en esta vasta extensión mágica, miles de hectáreas con
infinitas dunas, esculpidas con la fuerza de vientos y arenas, siempre en
movimiento.
Tomando
el avión hasta Marrakech, en esta importante ciudad a pie del Atlas, permanecería dos días, la
denominaban la Perla del Sur, siéndolo sin duda alguna, por sus palacios de las
mil y una noches, por sus monumentos
patrimonios de la humanidad .
Visitó las mezquitas, deambuló por la
medina, perdiéndose por calles , por plazas de diferentes barrios ,paseando en
jardines exultantes , incluso comprando artesanía típica marroquí , el
viajero podía tropezarse con tiendas en cualquier recoveco, estaban por doquier.
Innumerables
rincones que descubrir en esta ciudad , pero sin demasiado tiempo disponible.
Al tercer día , en una mañana radiante, pletórica , tras abandonar el hotel, se
encaminaron hacia Ouarzazate, en todo
terreno junto al conductor y dos mujeres más , desconocidas para ella.
Como le
habían referido increíbles peripecias acontecidas en este enigmático y gran desierto
del mundo, no veía el momento de zambullirse
en él.
Ansiaba
contemplar los llamados campos de dunas o mares de tierra con su mirada perpleja, el cielo estrellado iluminando la oscuridad de la noche, con más fuerza
que en cualquier otro lugar del planeta, las espectaculares puestas de sol. Todos
esos mitos sobre el desierto, esos paisajes que
decían rasgaban el aliento.
En la
carretera polvorienta, sobre la marcha , las formas terrestres se iban
sucediendo , una cordillera montañosa, algunas veces volcánica, ya a pocos
kilómetros, a la vera de las dunas de Ergio, que parecían esculturas movientes,
se visualizaban las primeras tiendas de nómadas, dónde estarían algunas
jornadas con los bereberes.
Con ellos
disfrutaría del relato de sus vidas en primera persona, de su especiada comida, de su reconocida hospitalidad , montaría en
sus dromedarios, dormiría al raso de ese singular firmamento.
Era tan idílico todo
que había olvidado la posibilidad de verse
sorprendida durante su sueño, por algún que otro escorpión o por alguna víbora de arena.
Después
de estas cálidas vivencias, se acercaban al destino deseado por ella, el oasis de fint, su intuición le suscitaba
que en ese último trayecto del viaje ,viviría
una aventura , le devoraba un excitante
presentimiento, era su última noche , era una noche en el oasis.
Ni aún
con su poderosa imaginación , hubiera podido aproximarse a la visión de aquella
exuberante forma de vida en un entorno tan árido, nunca hubiera sospechado que
esos acuíferos que alcanzaban la
superficie, pudieran ser tan endiabladamente hermosos.
Un vergel
de variedad de flores, de árboles frutales, había bellas acacias, sugerentes
palmeras datileras, sombras refrescantes, naturaleza virgen. Un espejismo del
desierto, entendió entonces el sentido
pleno de esta alusión. Cerca del río sinuoso, de vivo caudal, se situaba la
agrupación de kashbas, construidas con ladrillos de adobe , de color rojizo a
tierra ardiente, servían para protegerse del sol implacable, del calor
sofocante.
Estaba
segura de encontrarse en el paraíso, de
la nada emergía un todo ,en aquella inmensidad, ella en plenitud. Absolutamente.
Instalados
confortablemente ,llegó la hora de la cena, dispuesta ésta en una elegante
jaima, aunque fuera entendida como atracción turística, de cuyo embrujo provenían
unos cánticos y una música árabe inconfundible,apasionada.
Estaba
distraída conversando con el guía, cuando vio aproximarse una estilizada silueta
.Adivinaba acertadamente, que se trataba de un tuarec, con turbante de color azul añil cubriéndole
prácticamente todo el rostro, dejando al descubierto unos expresivos ojos
negros de inquietante observación, de arrebatadora belleza, invitándoles a
seguirle.
Ella se
quedó apenas unos momentos rezagada del resto del grupo, cuando el hechizado
personaje le tendió su brazo , en señal de caballerosidad , para acompañarla.
Sin mascullar palabra, muda su voz, tembloroso su semblante, un sofoco desatado
le recorría todo su cuerpo, su agitado corazón le impedía respirar con
normalidad.
El rompió
el silencio, preguntándole si era su primera vez en el desierto, si era su primera noche en el
oasis. Ella
asintió con un movimiento leve de cabeza, él sonrió abiertamente, seductor,
seguro de si mismo. Susurrándole que las noches en el desierto perduran en la
memoria de quien las siente, por siempre, que su noche en el oasis sería una
experiencia indescriptible, perdurable al paso de su existir, a una larga existencia.
Bien sabía ella que una noche en el oasis, supondría la ventura
apasionante de su propio interior, un reencuentro al sentido de sus emociones
postergadas.