Sabina, mujer madura. Era exuberante en sus
formas, elegante en sus maneras , apasionada en sus artes de amar. En cada vida
nueva que comenzaba dentro del transcurso de su propia vida, adoptaba una
determinada costumbre, que la hiciese rememorar el antes y el después.
En aquella ocasión, habiéndose filtrado brisa
fresca por sus ventanas , decidió
cortarse su larga melena morena.
Renovando así, su imagen para renacer en reemplazados brazos amatorios.
A él ,joven
muchacho, lo había conocido de forma fortuita, en una tarde lluviosa de
traviesa primavera, cuando acudía a un evento social, en el centro de la
ciudad.
A la vivaz impetuosidad de ella, se unía el
sosiego armonioso de él. Eran como la distancia que separa el día de la noche,
como la atracción imantada de dos polos opuestos que se atraen, como el redicho
manido de un sin ton ni son. De mundos contrapuestos, muy lejanos, extraviados
cada uno de ellos en el suyo propio, sin encontrarse a sí mismos.
Sin embargo uniéndose , entrelazándose, formaban una espectacular fusión, esto pensaban la
mayoría de sus amigos, no sin ciertos
atisbos de celo, tan distintos y tan compenetrados al unísono. Así eran ellos
vehementes, arrebatadores, ardorosos,
hasta la sinrazón.
Astros efímeros en la fogosidad del universo de
sus encuentros, volcanes en erupción retozando en el lecho, dos cuerpos
indivisibles enmarañándose entre las
sábanas de la noche.
El resto en nuestra inquietante contemplación,
ellos observando con indiferencia, oídos
sordos a los dimes y diretes. Paseando con altivez ,sus miradas cómplices
delatadoras, entregados a la locura de sus sentimientos, perdiendo al completo
el sentido. El sentir de los sentidos .
Deseándose , se deseaban dichosa e
irracionalmente , tal vez no habían
elegido amarse , tal vez no podían renunciar a ello.Tal vez y solo tal vez su
mezcla explosiva aún no siendo prohibida , fuese peligrosamente envidiable.
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