martes, 11 de febrero de 2014

Nocturnidad




"En este siglo extraño una mujer
                                                      puede ser presa y sombra de otro."
                                                                                     Louis Aragon

 

Es tan difícil amar como permitir que nos amen; ambos hechos están acompañados del mismo perturbador miedo .Hemos llegado a ser en exceso impenetrables, conocerse resulta muy comprometedor. Sin embargo ambicionamos ese  sentir diferente, esa piel que se sobresalta al tacto de otra, la complicidad de una mirada.
Aquella noche que distaba de ser la primera, buscaba  una aventura engañosa.  Experimentaba en aquellas incursiones nocturnas sensaciones estimulantes, sustituyendo así, los sueños imaginados que no llegan a materializarse jamás.
Él poseía una prestigiosa compañía de cerveza, su vida los viajes de negocios, su preocupación cómo gastar el dinero, su residencia entre Holanda y Florida. Empeñado en mostrarla medio mundo y regalarla un rolex auténtico. Entrado en avanzada cincuentena, en su maletín de ejecutivo un  walkman con música de Miles Davis. Pidiendo a gritos la ternura que acostumbraba a comprar.
Lo conoció un invierno, recordaba su gentileza  ayudándola a ponerse el abrigo al salir del bullicioso café de jazz, rogando que lo acompañara en su última copa; porque la soledad junto con el desvarío alcohólico de ciertas horas le resultaba insoportable. Se expresaba con elocuencia, creyendo que por su edad era el único en tal disyuntiva. Estaba equivocado, pero sin darle demasiada importancia, ella aceptó su propuesta.
Siendo tan tarde como para no saber dónde ir, él  como extranjero en la ciudad no atinaba a desenvolverse, ella incapaz de orientarse por calles o garitos. Decidieron dejarlo en manos del chófer, pero la desfachatez del destino ocasionó que éste tampoco supiera. Sin más, aquel holandés reaccionó, indicando al conductor la dirección de su hotel, resaltando que su único propósito era conversar tomando un último whisky. Provocando la expectación de ella, llegaron al ostentoso alojamiento, charlaron tediosamente y con el paso del tiempo, a la par que muchos tragos, él quiso adquirir su deseo.
Al principio, divertida hizo caso omiso, pero ante su insistencia tuvo que ofenderse, explicándole en su más sutil francés que sus pretensiones estaban fuera de contexto. Con su rotunda falta de éxito,  aquel hombre llegó a quedarse soñoliento. Dispuesta a marcharse, dejó sus florines, una cantidad razonable que a escondidas había depositado en su bolso y el  reloj de oro,  desmesurado para su muñeca. Volviendo en sí, el obstinado personaje anotó su número de teléfono, indicándole también la habitación que ocupaba. Alardeando de su poderío, quiso que prestara atención  a su apellido Heineken.

Al día siguiente, retrasando su vuelo por si ella en una dubitación cambiaba de parecer, debió esperarla en el vacío de su alma, impaciente de que se produjese su llamada. Ella tan sólo conservaría de aquella nocturnidad unas reseñas escritas en una agenda  repleta. Aún hoy profesa esas fantasías, perderse en la madrugada arañando  emociones imposibles.






No hay comentarios:

Publicar un comentario