sábado, 15 de marzo de 2014

Aromas de Infancia







En mis recuerdos perviven aquellas coloridas esferas que se elevaban al firmamento, vitales, traviesas. Guardo intacta esa imagen en mis retinas transcurrido el paso de los años. Con certeza , no logro discernir qué edad tendría en aquel entonces, pero no olvido jamás los atardeceres  mágicos de primavera junto a mi madre en el parque.
Después de su trabajo, me recogía de la escuela , y me preparaba con esmero la merienda , y entonces nos íbamos paseando hasta  los jardines próximos  a nuestra casa. Allí jugaba infatigable con otras niñas, en el placer irrepetible de disfrutar de la inocencia,  viviendo esos bellos aromas de  infancia que tan sabiamente supo darme.
En apenas veinte minutos llegábamos; accediendo por la entrada principal   los perfumes a jazmín, a azahar  nos despertaban el olfato. La variedad de rosales y buganvillas  nos regocijaban la  mirada, deleitándonos nuestros sentidos  al unísono.
Atravesábamos la zona ajardinada; seducidas  por los setos recortados de caprichosas figuras  encontrábamos al paso los  alargados cipreses, los olorosos pinos y dejando atrás las hileras de abetos nos adentrábamos en el paseo de los álamos, llegando siempre al pequeño lago. A mi madre le encantaba observar el  nadar torpe de los patos, las  barcas ocasionales que serpenteaban en el agua, los pájaros posados en las barandillas que esperaban capturar las migajas de pan que arrojaban los caminantes.
Ella, tranquila, se sentaba en un banco  de madera, adormecida, a veces,  por el sonido  refrescante de la fuente cercana y  otras se afanaba en la lectura de algún libro. Mientras, yo me divertía  despreocupada y ella en la corta distancia velaba  mis movimientos.  Se aproximaba cuidadosa , me balanceaba en el columpio y algunas tardes levantábamos  castillos de cuentos, en la arena.
Yo no era una niña caprichosa, pero ese día  vi a un vendedor ambulante,  con muchos globos de colores, iba vociferando su mercancía de un lado para otro, eran majestuosos, parecían flotar en el aire con alas invisibles, como suspendidos  en la atmósfera sin que estuvieran asidos por mano alguna.
No  podía dejar de mirarlos  atraída por un deseo impetuoso de  atrapar cada uno de ellos,  hechizada con su ondear al viento. Entonces supliqué a mi madre  que me comprase al menos  uno, aunque fuera el más insignificante.
Ante mi asombro, ella se alejó veloz tras el vendedor,  regresando  con todos los globos de colores, mientras mis sollozos se ahogaban en la emoción.
Aquella tarde las dos nos abrazamos entusiasmadas, mirándonos a los ojos sin pestañear, a la vez que unas lágrimas candentes  descendían por nuestras mejillas.
Sin mediar palabras los echamos a volar todos, en un viaje simbólico hacia la libertad   que junto a nuestros sueños ascendieron muy alto.
Retorno a aquellos momentos inolvidables de mi niñez y la plenitud me sigue embargando y pese a la gran ausencia de mi madre  una sonrisa me dibuja el rostro.
Dónde ella esté , estará atesorando mis globos y junto a ellos, mi memoria.





No hay comentarios:

Publicar un comentario