jueves, 20 de marzo de 2014

Mares de Arena




Se  decidió de nuevo, era la segunda vez que viajaba a Marruecos, en su primer viaje había conocido las ciudades populosas de Rabat, Casablanca , llegando hasta la moderna Agadir. Ahora  su interés era traspasar las puertas del Sahara , adentrándose en esta vasta extensión mágica, miles de hectáreas con infinitas dunas, esculpidas con la fuerza de vientos y arenas, siempre en movimiento.
Tomando el avión hasta Marrakech, en esta importante ciudad  a pie del Atlas, permanecería dos días, la denominaban la Perla del Sur, siéndolo sin duda alguna, por sus palacios de las mil y una noches, por sus monumentos  patrimonios de la humanidad .
Visitó las mezquitas, deambuló por la medina, perdiéndose por calles , por plazas de diferentes barrios ,paseando  en  jardines exultantes , incluso comprando artesanía típica marroquí , el viajero podía tropezarse con tiendas en cualquier recoveco, estaban por doquier.
Innumerables rincones que descubrir en esta ciudad , pero sin demasiado tiempo disponible. Al tercer día , en una mañana radiante, pletórica , tras abandonar el hotel, se encaminaron hacia Ouarzazate, en  todo terreno junto al conductor y dos mujeres más , desconocidas para ella.
Como le habían referido  increíbles peripecias  acontecidas en este enigmático y gran desierto del mundo,  no veía el momento de zambullirse en él.
Ansiaba contemplar los llamados campos de dunas o mares de tierra con  su mirada perpleja, el cielo estrellado  iluminando la oscuridad de la noche, con más fuerza que en cualquier otro lugar del planeta, las espectaculares puestas de sol. Todos esos mitos sobre el desierto, esos paisajes que  decían rasgaban el aliento.
En la carretera polvorienta, sobre la marcha , las formas terrestres se iban sucediendo , una cordillera montañosa, algunas veces volcánica, ya a pocos kilómetros, a la vera de las dunas de Ergio, que parecían esculturas movientes, se visualizaban las primeras tiendas de nómadas, dónde estarían algunas jornadas con los bereberes.
Con ellos disfrutaría del relato de sus vidas en primera persona, de su especiada comida,  de su reconocida hospitalidad , montaría en sus dromedarios, dormiría al raso de ese singular firmamento.
Era tan idílico todo que había olvidado la posibilidad de verse  sorprendida durante su sueño, por algún que otro escorpión  o por alguna víbora de arena.
Después de estas cálidas vivencias, se acercaban al destino deseado por ella, el oasis de fint, su intuición le suscitaba que en ese último trayecto  del viaje ,viviría  una aventura , le devoraba un excitante presentimiento, era su última noche , era una noche en el oasis.
Ni aún con su poderosa imaginación , hubiera podido aproximarse a la visión de aquella exuberante forma de vida en un entorno tan árido, nunca hubiera sospechado que esos acuíferos que alcanzaban la superficie, pudieran ser tan endiabladamente hermosos.
Un vergel de variedad de flores, de árboles frutales, había bellas acacias, sugerentes palmeras datileras, sombras refrescantes, naturaleza virgen. Un espejismo del desierto, entendió entonces  el sentido pleno de esta alusión. Cerca del río sinuoso, de vivo caudal, se situaba la agrupación de kashbas, construidas con ladrillos de adobe , de color rojizo a tierra ardiente, servían para protegerse del sol implacable, del calor sofocante.
Estaba segura de  encontrarse en el paraíso, de la nada emergía un todo ,en aquella inmensidad, ella en plenitud. Absolutamente.
Instalados confortablemente ,llegó la hora de la cena, dispuesta ésta en una elegante jaima, aunque fuera entendida como atracción turística, de cuyo embrujo  provenían  unos cánticos y una música árabe inconfundible,apasionada.
Estaba distraída conversando con el guía, cuando vio aproximarse una estilizada silueta .Adivinaba acertadamente, que se trataba de un tuarec, con  turbante de color azul añil cubriéndole prácticamente todo el rostro, dejando al descubierto unos expresivos ojos negros de inquietante observación, de arrebatadora belleza, invitándoles a seguirle.
Ella se quedó apenas unos momentos rezagada del resto del grupo, cuando el hechizado personaje le tendió su brazo , en señal de caballerosidad , para acompañarla. Sin mascullar palabra, muda su voz, tembloroso su semblante, un sofoco desatado le recorría todo su cuerpo, su agitado corazón le impedía respirar con normalidad.
El rompió el silencio, preguntándole si era su primera vez  en el desierto, si era su primera noche en el oasis. Ella asintió con un movimiento leve de cabeza, él sonrió abiertamente, seductor, seguro de si mismo. Susurrándole que las noches en el desierto perduran en la memoria de quien las siente, por siempre, que su noche en el oasis sería una experiencia indescriptible, perdurable al paso de su existir, a una larga existencia. 
Bien  sabía ella que una  noche en el oasis, supondría la ventura apasionante de su propio interior, un reencuentro al sentido de sus emociones postergadas.

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