La meditada idea de empezar de nuevo en nuestras vidas, siempre es
excitante, un sentimiento de inquietud nos alienta, tal vez algún temor, pero
sobre todo una ilusión desmedida, que nos hace dejar la teoría para pasar a la
práctica, a la acción.
Aquel día de mediados de Enero, hace ya algunos años, Adriana dejando atrás
una vida rutinaria, incluso aburrida en su mayor medida, después de un año de reflexión,
cavilaciones, e intentos fallidos. Alzó el vuelo.
Decidió lanzarse a la sorprendente aventura de querer ver el
mundo con sus propios ojos, dejando a la espalda lo conocido, lo establecido
hasta el momento.
Con todas su fuerza sentía que podría hacer algo por ella misma, que
debía intentar andar su camino, aún a su pesar sin saber muy bien cual sería este.
Era la primera vez que viajaba en barco y aquella larga travesía le inspiraba
un buen comienzo, pues la contemplación del grandioso océano, la luminosidad de
aquel azul soñado, le reconfortarían
la mirada, expandiéndose su alma.
Finalmente lo había hecho, alejándose de dudas razonables, de rabia contenida, de
empeños singulares. No sabía si estaba preparada, pero quien es poseedor de dicha
certeza ante el gran desconcierto que supone comprender el mundo y sus reglas.
Al cabo de dos días se avistaba tierra, el perfil de aquella isla se
mostraba imponente, sinuoso, se divisaban los núcleos de casas dispersos , el
color oscuro del terreno delatando su origen volcánico, había llegado a Las Afortunadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario