Me pregunto si echar de menos es debido a una prueba de afecto que se
adivina distante, o tan sólo es una muestra egoísta de nuestro propio yo
solitario, que en determinados momentos necesita compañía.
Existen esos trazos de melancolía honestos producidos por un recuerdo, por
la lejanía de esa fragancia que nos es tan entrañable, de un alguien que
seguramente amamos con sinceridad. Pero también convergen otros que conscientes
de que son falsos, los buscamos y los percibimos en la añoranza aún sabiendo
que pudiera tratarse de una quimera. A saber......
Así pues, precisamos cerca, a aquel que cuando está ignoramos y soñamos con
el que indiscutiblemente está remoto, o incluso con aquel que no es real, no existe.
Lo cierto es que en nosotros se produce una sensación peculiar,
experimentamos una angustia en nuestro ser aún más honda ,conocedores por
nuestra inteligencia, de lo imposible en ese instante concreto de tener esa
presencia. Creemos enloquecer cuando el sentimiento es intenso, sin embargo
podría llegarse a la conclusión de que se trata de una mera insatisfacción
personal.
De cualquier forma, es una actitud suficientemente humana como para no
juzgarnos culpables, estúpidos o sencillamente no queridos. Mucho se dice a favor
de esa sensibilidad que se permite el querer sin la importancia a qué , a quién,
o a la manera.
Evidentemente, ese sabor a ausencia escapa a la lógica, tiene íntimo
vínculo con el sentir, con el impulso, con el corazón, o tal vez sin más, con
nuestra inequívoca condición de ser personas.
Entristecidos o alentados en las pérdidas de rostros, nombres, cuerpos, almas,
objetos, estancias o tiempos, transcurrirán nuestras vidas .Al final de las
mismas, nos daremos cuenta que gran parte de esas inquietudes, habrán sido en
su justa proporción, ese ineludible temor de tener en falta, de sentir en falta………..............
¡qué importa !,al recordar ya habremos olvidado.
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