Decidió observar, sentada en la arena.
En una cierta parte de esa gran playa del Sur dónde se encontraba, dejando atrás un paisaje de campo, dónde incluso a veces pastaba ganado, quien lo diría en este siglo que aturde con tanta modernidad, visualizaba un meandro .
En una cierta parte de esa gran playa del Sur dónde se encontraba, dejando atrás un paisaje de campo, dónde incluso a veces pastaba ganado, quien lo diría en este siglo que aturde con tanta modernidad, visualizaba un meandro .
Si, ciertamente una sinuosidad de un arroyuelo que se abría paso, un río
que como muchos otros van a dar a la mar.
Con el transcurrir del reloj , al
atardecer, las aguas de él se mezclaban con las aguas de ella, llegando a
confluir en un mismo punto.
Pudiéndose contemplar nítidamente esa desembocadura de ambas crecidas, en ese
preciso momento , en ese único lugar, se fusionaban, formaban un sólo caudal, una
simbiosis perfecta.
Mientras continuaba, sentada en la arena.
Algunos niños se bañaban en esa peculiar franja marítima, con muy poco
oleaje , dejándose arrastrar por las corrientes, su gozo era
equiparable al de aquellos que tumbados al
sol los admiraban. Ellos se entusiasmaban, entregados a su deleite.
Se transformaba la configuración del terreno , al
tiempo que cambiaban las mareas, en el crepúsculo vespertino, manaba el río
serpenteándose junto a la orilla del mar.
Su curso quedaba interrumpido formando una isleta en el centro , a
continuación al término el Atlántico, en su pletórico apogeo.
En la línea aparente que separaba la
tierra del cielo, se divisaban veleros blancos sutiles al viento, de una
belleza extraordinaria, de un lujo inalcanzable para la mayoría.
Permaneciendo aún, sentada en la arena.
Después de unas horas, cuando más se reflejaban los rayos solares en la superficie del agua y el calor era menos sofocante, todo se unificaba.
Su mirada perdía a los chiquillos que jugaban, desaparecía la pequeña porción de arena que había quedado en medio , tampoco distinguía ya el riachuelo.
De pronto, de nuevo, el majestuoso marítimo. Solamente él.
Aquella tarde, sentada en la arena.
Pensó en la conexión de esas vertientes por separadas, luego conjuntamente,
como en el fluir dinámico de la vida.
De las existencias de tantas
personas, que corren vertiginosamente, confluyendo con las de otras , en
ocasiones con o sin rumbo, dependiendo de las circunstancias, sin saber mayormente
dónde irán a desembocar.
Confió que la propia naturaleza y el
curso lógico de la misma , en su generosa sabiduría, más allá de las
intenciones dudosas o equivocadas del
ser humano, supiera guiarles o conducirles por acertados senderos.
Como esos buenos ríos que siempre van a dar a la mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario