martes, 4 de febrero de 2014

Un Atardecer Marítimo




Decidió observar, sentada en la arena.
En una cierta parte de esa gran playa del Sur dónde se encontraba, dejando atrás un paisaje de campo, dónde incluso a veces pastaba ganado, quien lo diría en este siglo que aturde con tanta modernidad, visualizaba un  meandro .
Si, ciertamente una sinuosidad de un arroyuelo que se abría paso, un río que como muchos otros van a dar a la mar.
Con el transcurrir del reloj ,  al atardecer, las aguas de él se mezclaban con las aguas de ella, llegando a confluir en un mismo punto.
Pudiéndose contemplar nítidamente esa desembocadura de ambas crecidas, en ese preciso momento , en ese único lugar, se fusionaban, formaban un sólo caudal, una simbiosis perfecta.
 
Mientras continuaba, sentada en la arena.
Algunos niños se bañaban en esa peculiar franja marítima, con muy poco oleaje , dejándose arrastrar por las corrientes, su gozo era equiparable al  de aquellos que tumbados al sol los admiraban. Ellos se entusiasmaban, entregados a su deleite.
Se transformaba la configuración del terreno ,  al tiempo que cambiaban las mareas, en el crepúsculo vespertino, manaba el río serpenteándose junto a la orilla del mar.
Su curso quedaba interrumpido formando una isleta en el centro , a continuación  al  término el Atlántico, en su pletórico apogeo.
En la línea aparente que separaba la tierra del cielo, se divisaban veleros blancos sutiles al viento, de una belleza extraordinaria, de un lujo inalcanzable para la mayoría.

Permaneciendo aún, sentada en la arena.
Después de unas horas, cuando más se reflejaban los rayos solares en la superficie del agua y el calor era menos sofocante, todo se unificaba.
Su mirada perdía a los chiquillos que jugaban, desaparecía la pequeña porción de arena que había quedado en medio , tampoco distinguía ya el riachuelo.
De pronto, de nuevo, el majestuoso marítimo. Solamente él.

Aquella tarde, sentada en la arena.
Pensó en la conexión de esas vertientes por separadas, luego conjuntamente, como en el fluir dinámico de la vida.
De las existencias de tantas  personas, que corren vertiginosamente, confluyendo con las de otras , en ocasiones con o sin rumbo, dependiendo de las circunstancias, sin saber mayormente dónde irán a desembocar.
Confió que la propia naturaleza y el curso lógico de la misma , en su generosa sabiduría, más allá de las intenciones dudosas o equivocadas  del ser humano, supiera guiarles o conducirles por acertados senderos.

Como esos buenos ríos que siempre van a dar a la mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario