Era un sábado de primerizo invierno al anochecer, fina
lluvia repiqueteando en los tejados ,Morgan salía de su casa con gabardina gris y
sombrero negro, con talante afligido , ademán cabizbajo. Caminaba enérgicamente
sin detenerse en ningún momento, en ningún lugar.
Como era habitual cada fin de semana al filo de la
medianoche descendía la avenida Trastamara, veloz como ráfaga furiosa de
viento, vertiginoso como pretendiendo que nadie pudiera alcanzarlo. Sin querer ser visto.
Se dirigía al Bourbon , a simple vista un modesto bar de copas,
que pasaba desapercibido ,clientela de lo más corriente, sin embargo su sótano se transformaba en un ambientado local , en el
que se organizaban buenas partidas de póquer. Las apuestas eran elevadas, los
clientes distinguidos ,muchos de ellos con cierto reconocimiento en el mundillo
del juego, en el deambular de la noche.
Morgan tenía el
presentimiento que aquella velada sería única , debía serlo pensaba en buenas
manos de cartas ,en su mente calculaba meticulosamente como lograr dar un giro a su maltrecha economía. Soportaba desde
hacia varios meses una mala racha, las deudas
le asfixiaban, incluso había recibido la visita inesperada e incómoda , de
los acreedores que nunca olvidan , nunca
perdonan, siempre acechan.
Entró decidido en
el garito, inclinando la cabeza ligeramente en forma de saludo hacia el dueño
y a los contados presentes , se encaminó escaleras abajo, detrás del
almacén adivinó la puerta ,apenas había luz, con sus nudillos emitió los cuatro
golpes seguidos, pausados, después dos más rápidos, una forma singular de contraseña.
Al minuto ya estaba
dentro, humo de cigarrillos ,alboroto al final de la barra, en el pequeño centro
de la sala se encontraba la mesa redonda, sentados a ella cuatro personas. Dos sillas
vacías aún , intuyendo que una era la suya, pensando para quien sería la restante
, una partida de cartas de seis jugadores, no le pareció mal.
Ocupó su sitio,
solicitó al impecable camarero un whisky solo con mucho hielo, empezó a entablar una conversación trivial con
sus adversarios. Era un jugador
profesional, en realidad no recordaba ningún
otro oficio de los llamados respetables, que hubiese ejercido con anterioridad.
Sin embargo, eran otros tiempos cuando sus escaleras de color
asombraban a todos, cuando deslumbraba con
sus jugadas estelares, o con sus magistrales póquer o con sus sonados full.Con los años había decaído
su maestría, la capacidad de sus apuestas, por consiguiente las cantidades
escandalosas de sus ganancias, se habían esfumado, inexorablemente.
Asumía las reglas
del juego, unas veces en la bonanza, otras en la precariedad, perdiendo casi
siempre más de lo que se posee, ambicionando más de lo que se puede. Morgan
entendía a la perfección aquellos altibajos caprichosos de la diosa fortuna con
sus rotundas consecuencias .
De pronto, por fin hacía su entrada el último jugador, una
mujer. Una mujer en una partida de
cartas, se preguntó automáticamente , mientras
sus ojos no la podían perder de vista . Impresionante belleza, esbelta , sofisticada, endiabladamente hermosa, todos se quedaron ensimismados contemplándola,
levantándose cortésmente ,esbozando amplias
sonrisas.
Sin lugar a dudas aquella noche prometía, aquella
partida sería decisiva en la jugada de su
vida, ella se acercó con elegancia seductora hacia él, saludándolo efusivamente,
expresaba su alegría de volverlo a encontrar, parecía conocerlo.
Sin embargo para
Morgan era una perfecta desconocida, se afanó en hacer memoria, un esfuerzo descomedido en tal tesitura, la
observaba, no estaba seguro , la volvía a mirar, no la reconocía en absoluto.
Ya las cartas estaban sobre la mesa , ya la partida comenzaba.