En la
telaraña de mis pensamientos, viaja
aquel trigal, bajo la luz tenue del ocaso, en el crepúsculo de un pasado
sin retorno.
Aquel
extensísimo plantío de trigo no se ha
difuminado ni un ápice en mi memoria, a pesar de las décadas acontecidas.
Las espigas
luminosas, tan erguidas, contemplando un
despejado firmamento, mientras mi mirada
se desvanecía en la lontananza.
Desde un
latente desasosiego, en aquel caluroso
agosto, observaba los campos
amarillos dispuestos para la siega.
El paisaje
me trasminaba los aromas de tu piel
curtida.
Tu rostro
tostado al sol, tus rudas manos, tu torso
musculado.
Te
visualizaba con una fuerza arrolladora, realizando tus arduas
tareas, mientras el sudor de tu frente resbalaba por tus mejillas.
Sin olvidar
como sembrabas la tierra madre o te afanabas en recoger la cosecha, para
después almacenar el trigo.
Todas tus
esencias dentro de mí, atrapando mis sentidos.
Allí estaba el pequeño
granero de la vieja granja junto a la carretera, paraíso encontrado donde se
alimentaban nuestras pasiones.
Durante años
fue el refugio para cobijar nuestro sexo
prohibido.
Entre los
sacos de arpillera rebosantes, algunos colocados, otros desparramados; se
rozaban nuestros cuerpos desnudos, testigos silenciosos de nuestro carnal deseo:
loca juventud que nada teme y todo puede.
He retornado
a aquellos campos fértiles, en el anhelo
de poseerte de nuevo y deseándote en mi fecundidad, incontables veces, mi ser en la
quimera de reencontrarte, sin lograrlo, con una locura desmedida.
Esta tarde
de finales de primavera, cuando tirito en el tedio de mis días, por las
ventanas entreabiertas se deslizan, sinuosas, unas gotas de fina lluvia, el
olor de su frescura provocan mi melancolía.
Instintivamente
he abierto el cajón de mi cómoda y desvencijando mis recuerdos he tomado con mis manos la cajita de madera,
en ella, depositados con mimo , guardé algunos granos de trigo.
Aquellos que
mi imaginación rememora jugando entre tus dedos, entre mis senos, descendiendo
por mis caderas, detenidos en mi pubis,perdiéndose inexorablemente.
Es mi tesoro
escondido, el único vestigio de aquel tiempo, el trazo de tu huella
imperecedera que aún hoy habita en mí.
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