Desnuda
de palabras me he aproximado a la playa, en esta tarde imprecisa en que mi boca
no pronuncia versos de agua, y tan sólo percibo tu ausencia, cercenada
por los vientos marinos de la lejanía.
Me
siento diminuta y vacía en la orilla, con cierta dificultad consigo alzar mi
mirada de cristal, hacia lo que resulta ser una inmensidad de un
espejismo, que se quebró.
Otras
tardes en esta arena de nácar, con el mar a mis pies se dibujaban mis
huellas, ahora mi memoria las deshilacha. Y en mi mente, un vago pensamiento de aquella pasión
acompasado por el rumor de las olas, bajo cielos que me sedujeron.
Sin
embargo, me ha parecido escuchar el bramar de las gargantas cuando se sucumbe
al deseo, he notado el temblor de mi cuerpo quemado por la sal. Y caminando sobresaltada
he buscado un refugio entre las rocas solitarias.
Una
vez más, he desafiado la cordura, retando a mi mente a regresar a los recuerdos
óxidos de aquella batalla que me tornó a
ser náufraga.
Tal vez, sienta aún la deriva, tras haber navegado en esas aguas
que se debaten entre la belleza del paisaje y el dolor del amor.
Pero
al término de mis pasos, con la
serenidad de haber archivado el pasado, he encontrado la calma, visualizando aquel madero noble que alcanzaron
mis manos y al que pude asirme, retomando las fuerzas para trazar nuevas
travesías en las que volver a esculpir la esperanza.
Todavía
sé, que tu ternura pudo
salvarme.
Ahora
en este instante exiguo, al caer la luz, en la misma playa, he olvidado la razón de mis horas
degolladas, dejando como tatuaje en
mi piel tus caricias cicatrizadas.
No
sé si permaneceré en ti en cada aliento omitido, y quedándome quieta, contemplo como el tiempo y
el mar expiran.
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