Desde el
patio llegaba la fragancia de los naranjos, tardes de calurosa primavera.
La antigua cuna
meciéndose con el recuerdo de la musicalidad
de una nana, en aquellos años de mi infancia, a pesar de mi niñez.
Mi abuela
solía adormecerse a la hora de la siesta con sosiego, sentada en el banco de piedra,
a la sombra de los árboles de nuestra
casa solariega; pero antes como ritual meditado, balanceaba a mi hermano pequeño en su cuna, lo mecía con
pausa, como sólo ella sabía hacerlo.
Su dulzura
era exquisita, sus delicadas manos, su voz arrebatada a la quietud de la tarde,
aquella nana…… aún en mi memoria.
Era yo más
mayor , acurrucada en su regazo contemplaba la tierna mirada de mi abuela y el
dormir plácido de mi hermano.
Todo lo
demás me sobraba, mi universo feliz eran
aquellas horas vespertinas somnolientas, en las que la llegada del descanso era
mi más preciado instante del día.
De entre esas
nostalgias en mi mente, rememoro tantas veces aún hoy, la figura de aquella
mujer; maniatada por los tiempos, golpeada por el duro trabajo, sometida a las
circunstancias adversas.
La entereza
de una persona hecha así misma, avanzada
en las vivencias del devenir.
Años de
racionamiento, de pobreza ,de posguerra,
que marcaron la existencia de tantas personas que como ella supieron sobrevivir a lo pasado.
Su legado
fue inconmensurable, un amor sin
condiciones.
La sabiduría
trazada en sus gestos, aquellas mágicas canciones que para los sueños de mi
hermano y los míos propios, fueron un tesoro incalculable en aras del bienestar.
Me cuentan…
que poseo parecido físico y de carácter con ella, es sin duda un orgullo.
Conservo sus
fotos sobre mi mesilla de noche, en sus brazos
protegida; en algunas ocasiones cuando en vigilia pienso en ella, me parece
escuchar en los silencios de la madrugada, el susurro de sus bellas palabras.
Anidan en mi
corazón reconfortando ahora mi madurez, mitigando su ausencia.
Parte de lo
que ella me entregó tan generosamente , contribuye a enriquecer la personalidad
de mi ser.
De lo que
fui, una nieta afortunada, de lo que soy, una mujer adulta consciente de saber
que lo importante en la vida se nutre de
la sencillez de lo cotidiano; de momentos grabados en los recovecos del alma,
dónde una se siente amada en plenitud.